Vidas pasadas. PAST LIVE Nadie sale ileso del pasado. Todos hablan de que morimos solos, pero nadie nos cuenta que al presente -que en un ratito más será pasado-, también le sobreviviremos en soledad. Porque, no nos engañemos: no hay nada más subjetivo que el tiempo, en todas sus formas pero, sobre todo, en pasado.
Entonces, el recuerdo. Ahí estamos, así éramos, eso sentíamos, ¿no? Somos y seremos lo que recordamos. Entonces, esta película: Vidas pasadas cuenta la historia de Na Young y de Hae Sung, dos niños, pre- adolescentes coreanos de alrededor de doce años que son amigos, se gustan y se enamoran. La primera vez que los vemos ellos caminan juntos: la niña llora porque sus calificaciones han quedado en segundo lugar, detrás de Hae Sung, que obtuvo la mejor nota del curso. Mientras caminan, él intenta animarla y lo consigue: hasta el final de esta película no volveremos a ver llorar a Na Young, aunque ella diga que ha sido muy llorona. Sin embargo, ni siquiera en la secuencia de su mudanza a Canadá (previa despedida de su amor/amigo, de Corea y hasta de su propio nombre: ahora ella será la occidentalizada Nora) .
Pasan doce años de esa inmigración. Ahora Nora (Greta Lee) es una dramaturga en formación y vive en Nueva York. Ella no ha vuelto a ver a Hae Sung (Teo Yoo) . Pasado un tiempo comienza a presentirlo, y casualmente se cruzan por Facebook y se reencuentran por Skype. En esa llamada ambos están incómodos ,pero pronto todo se vuelve natural, tanto que en un sincericido absoluto (y con una actuación espléndida por parte de Teo Yoo), Hae Sung le dice a Nora que, aunque suene ridículo y le cueste decirlo, él la ha extrañado y ella asume que también.. Está joya del cine independiente tiene como directora a Celine Song, quien antes de la mitad de su ópera prima, ya ha sentado un precedente una sentencia : al pasado se sobrevive, sobre todo cuando se es inmigrante. Vidas es profunda, inconmensurable , con cero clichés del cine rosa pero fuertemente emocional , tanto que ver la película duele…. el vínculo entre dos íntimos y desconocidos al mismo tiempo que se mucho se han querido.
Luego del mencionado encuentro virtual, Nora y Hae Sung comienzan una especie de relación nutrida por miles de videollamadas donde rápidamente emerge una complicidad parecida a la que tenían en la infancia, y un disfrute que es sólo consecuencia de ese tiempo compartido. Pero la distancia molesta y, tras varios meses, Nora le pide al muchacho que NO dejen de hablarse. Pero lo hacen, y pasan doce años más. Ellos no volvieron a hablarse. Nora hoy está casada con Arthur (John Magaro), un escritor norteamericano. Hae Sung acaba de romper con su novia y decide partir a Nueva York de vacaciones… Entonces, tras 24 años, por fin se encuentran.
Esa escena, la del reencuentro, es de las mejores de esta película. Hae Sung está en un parque y se lo nota nervioso. Mira su reflejo en el agua de una fuente y se peina. El manejo del cuerpo que tiene Yoo es perfecto (como lo es a lo largo de todo este relato): el tipo espera con una postura casi infantil, con una rigidez corporal hermosa y con la mochila en sus hombros, y las manos tomando cada una de las manijas de esa mochila. Entonces llega Nora, que lo llama desde lejos. Ella caminaba pero, al verlo, se detiene. Lo mira desde la distancia con que se admira a un gigante para verlo entero: de cerca pero de lejos, como se mira al pasado.
Ella continúa su paso y llega hasta Hae Sung pero frena a una distancia, mucho más cercana pero prudente. Está claro que el espacio interpersonal que se maneja en Corea es distinto al que se maneja en Estado Unidos . Ellos se miran, se contemplan como constatando que todavía existen. Están mudos. Y así pasan segundos que parecen horas. Entonces ella lo abraza. Él casi estático, solo se deja abrazar. Nora se distancia un poco y lo mira. Se miran, de nuevo en silencio. Y él, para continuar con su actitud de niño, le pregunta: “¿qué hago?”. Nora vuelve a abrazarlo. Esta vez, él también la abraza. No volverán a tocarse más que con la mirada en todo lo que queda de película.
Justamente, en Vidas pasadas la mirada es uno de los núcleos y sobre todo la mirada sostenida y a los ojos del otro, es un eje por el que pasa el tiempo compartido entre los protagonistas. Existe algo en ese mirarse fijo que explica (y hasta justifica) la cobardía, o la decisión, de ambos de no hacer más que mirarse. Sobrevuela esa idea como de observar sin romper, de disfrutar de que el otro existe pero con algo de miedo a que se desvanezca. Ese miedo, más el clarísimo talento narrativo de la directora, es el que vuelve a este relato profundo y sublime. Vidas pasadas no narra una cuenta pendiente sino un miedo penetrante, ¿a quién no lo paraliza el amor pasado e inconcluso? ¿A quién no le aterra que alguien casi desconocido pueda habitarnos un espacio tan profundamente propio?
Song diseca esta historia y elige minuciosamente cómo contarla. Por eso cada escena, aún las más innecesarias, tiene una carga de significado abrumadora. Hay bastante del universo de Linklater (antes del amanecer/atardecer/anochecer) resuena en distintos momentos de esta película que tiene mil intenciones que confluyen en que estos dos amantes se demoren en concretar lo carnal y sexual.Y eso es perfecto. Tan perfecto que duele . Por eso en la primera caminata que comparten nunca será la última. La, directora Celine Song entre juega con magia entre los protagonistas,el sonido , el l montaje: las elipsis de tiempo Por ejemplo, el presente, impertinente, otros nombres interruptores , la presencia de terceros que los habitan.
Vidas pasadas plantea una contienda mucho más dura y compleja: aquella entre quiénes somos y quiénes fuimos, pero sobre todo aquella entre dos temporalidades intentando armarse en una nueva. Aquí el pasado y el presente están en constante duelo por forjar un nuevo espacio -permanente, indeleble- que quizás sea el futuro (y sólo porque existe siempre de manera potencial). Sin embargo, de esa batalla ridícula e imposible, Vidas pasadas nunca decreta un ganador. Entonces la película se despide mostrándonos a Nora llorar. De nuevo Celine Song, perfecta, anunciando que el pasado -verdugo entrometido- nunca deja de chistarnos en la espalda.
Por Susana Badr